Artículo extraido de “Discovery Salud


El doctor John F. Demartini -autor del conocido libro “Dar gracias a la vida” y fundador de la Escuela para la Confluencia de la Sabiduría en Filosofía y Curación- estuvo en España para enseñar la manera de convertir cualquier situación angustiosa o estresante en una experiencia de aprendizaje capaz de proporcionarnos equilibrio y plenitud. Su trabajo va más allá de las técnicas de pensamiento positivo siendo sus herramientas fundamentales la gratitud a la vida y el amor incondicional. Hemos hablado con él.

Experto en curación, filosofía y motivación -además de quiropráctico, investigador y escritor-, John F. Demartini -nacido en Houston (Texas) hace 47 años- es creador del llamado “Proceso de colapso cuántico”, un interesante instrumento para la transformación personal que acaba de dar a conocer en España y que se basa en dos pilares fundamentales: la gratitud y el amor. Esta es la charla que mantuvimos con él.

-¿En qué consiste el “Proceso de colapso cuántico”?¿Cómo nació?

-Se trata de una metodología que he desarrollado a lo largo de más de veinte años de trabajo y que intenta que la persona sea consciente de aquellas percepciones desequilibradas que tiene sobre la realidad para que pueda así restablecer el equilibrio en su vida. La técnica, aparentemente sencilla aunque en realidad compleja y profunda, consiste en responder a una serie de preguntas personales que se entregan al participante en un extenso cuestionario en el que éste debe ir anotando las respuestas. Simple cuestión -en apariencia- que, sin embargo, lleva a la persona, cuando termina, a ver las dos caras de una situación, no sólo una, lo que generalmente despierta en él un sentimiento de gratitud por la vida. Y es que la mayoría de las veces, cuando sucede algo negativo, pensamos ¡Esto es terrible!… pero nos olvidamos de que siempre existe algo positivo en ese suceso. Pues bien, el “Proceso de colapso cuántico” o “Experiencia de descubrimiento” ayuda a identificar las partes positivas de las situaciones aparentemente solo negativas con el fin de recuperar el equilibrio y reparar los daños que esa experiencia puede causar, ya sean físicos –enfermedades- o psíquicos –daños emocionales-. Es una metodología aplicable a todo el mundo porque, independientemente de sus creencias, la persona encuentra la forma de resolver conflictos y abrir su corazón, de amarse a sí misma y a los que le rodean. Y eso proporciona salud física y mental.

Parece, a priori, un proceso muy racional. ¿Cómo afecta a las emociones y al cuerpo físico?

-Al principio se empieza creando una lista de cosas –esto, efectivamente, es mental- pero a medida que se avanza en el proceso uno efectúa -sin apenas darse cuenta- un repaso de la propia biografía y de la escala de valores por la que nos regimos. Las emociones surgen entonces y, en la última fase, cuando se van equilibrando los aspectos contrapuestos, se accede a una auténtica experiencia espiritual. Podríamos decir que empieza con lo mental, sigue con lo emocional y pasa a lo físico y a lo espiritual, al corazón. De hecho, al terminar, brotan espontáneamente lágrimas de gratitud. Y no importa si se partía de un sentimiento de enfado, de resentimiento, de rabia, de no aceptación de una enfermedad o de haber sufrido una pérdida: al equilibrar la mente se puede observar el orden en las cosas que nos suceden y, cuando eso ocurre, brotan el amor y la gratitud de forma natural.

Usted es quiropráctico. ¿Ha podido constatar si, como se afirma, a cada problema emocional negativo le corresponde una enfermedad o un daño físico determinado? Es decir, ¿sería posible la creación de una especie de mapa donde se vinculase la emoción con la disfunción física?

-Efectivamente, la relación mente-cuerpo está suficientemente demostrada. Estoy trabajando precisamente en un nuevo libro que resume mi experiencia en este tema tan fascinante. En él intento descodificar los mensajes del cuerpo para averiguar el significado de cada síntoma. Es decir, para saber si uno tiene dolor en las articulaciones, o tensiones, o contracturas, o determinadas enfermedades… qué significa eso en el ámbito psicológico y cuál es la solución. Creo que en el futuro los procesos de sanación implicarán más a la mente porque seremos conscientes de que el ser humano tiene dentro de sí la capacidad de transformar su cuerpo. Con el “Proceso de colapso” yo ayudo al cuerpo a equilibrarse y a sentir amor porque estoy convencido de que es el amor el que cura. Si tenemos el poder de generar enfermedades también tenemos el poder de curarlas. Y con el amor y la gratitud el sistema inmunológico mejora y el cuerpo se recupera. Es posible que “incurable” signifique, simplemente, “curable desde dentro”.

Entonces, ¿qué peso da usted a la influencia de las tendencias genéticas en la aparición de una enfermedad? Porque alguien puede verse aquejado por una dolencia heredada genéticamente a pesar de su buena disposición mental…

-No cabe duda de que hay alteraciones genéticas que afectan a las proteínas y a otras estructuras de nuestro cuerpo en su funcionamiento pero hoy sabemos que existen enzimas que son reparadoras y están controladas por hormonas que están alteradas por emociones y éstas, a su vez, por las percepciones que tenemos. Por tanto, las percepciones afectan al sistema nervioso, éste a las hormonas y entonces tenemos sensaciones y emociones que afectan a las células y a los genes, y los reparan y cambian.

Sabemos que hay genes dominantes y otros recesivos. También en Psicología se aplican los mismos términos para definir a ciertas personas. Incluso Jung hablaba de una parte de la personalidad que conocemos y aceptamos -dominante- y otra que rechazamos –recesiva-. Estos dos aspectos afectan a los genes y, por tanto, si integramos ambos los genes cambiarán sus expresiones a través de las hormonas. No cabe duda de que la genética tiene un gran potencial pero nuestra mente, nuestras percepciones y emociones influyen en este caudal genético. Es posible que en el futuro trabajemos con rayos láser para alterar los genes pero también aprenderemos a utilizar nuestra mente concentrando su energía como si fuera un láser y modificar así la disposición genética.

Jung identificó esa parte negativa de nuestra personalidad y la llamó “la sombra”. ¿Se trataría pues de reconciliarnos con ese aspecto de nosotros mismos, de amarlo?

-Tenemos dos aspectos, luz y sombra, que están perfectamente representados en la persona que se justifica y en la que se castiga. Hay una parte que nos gusta y otra que no nos gusta, la que admiramos y la que rechazamos. Pero si miramos con cuidado el lado que no nos gusta veremos que también nos sirve; es más, lo necesitamos. Y, por otra parte, el aspecto positivo nos puede inducir a engaños, a pensar que somos geniales, perfectos y que ya hemos llegado al fin, con lo que nuestro ego va creciendo y alejándose de la realidad. Necesitamos la parte negativa para recuperar el equilibrio porque los dos aspectos se nutren mutuamente. La luz y la oscuridad son necesarias y el amor es una combinación de ambas cosas. Cuando uno ama a otra persona hay momentos en que uno quiere que esté cerca y otros en los que desea que esté lejos.

Yo me dedico más a la integración. En el proceso de colapso yo enseño a las personas a encontrar la belleza y la enseñanza que le proporcionan los aspectos que consideraba negativos. Cuando uno empieza a aceptarse y amarse brotan lágrimas de comprensión y gratitud.

Una buena parte de su trabajo se basa en técnicas de pensamiento positivo y afirmaciones. Hay escuelas que llevan funcionando con ello más de quince años como las de Louise Hay, Tony Robbins, Deepak Chopra… ¿Qué aporta usted de nuevo en este campo?

-Conozco a esas personas, he trabajado con ellas. Mire, lo que le decimos al mundo y a nosotros mismos tiene un impacto sobre nuestro cuerpo. Sería tonto no admitirlo. Cuando pensamos, decimos o vemos algo nuestras células vibran y la fisonomía cambia porque nos afectan las emociones y las hormonas. Estoy de acuerdo pues con esos terapeutas pero yo no me dedico sólo al pensamiento positivo. Uno puede estar deprimido y necesitar refuerzo positivo pero también si otro vive en permanente euforia necesita pensamientos realistas. Por tanto, yo me oriento más al pensamiento equilibrado porque si una persona que vive en negativo remonta su situación creándose fantasías o mitos tiene que equilibrar sus expectativas para hacerlas realizables porque si no, cuando no las alcance, volverá a deprimirse. No olvidemos que siempre hay dos aspectos que deben ser asumidos y aceptados. Buscar sólo lo positivo es un mito. Hay aspectos tanto positivos como negativos en nosotros y debemos aceptarlos como dispositivos que nos llevan al equilibrio. El magnetismo y el poder de atracción que tenemos aumenta cuando estamos en equilibrio. Y nuestra fisiología responde mejor a ese estado que cuando estamos eufóricos o deprimidos porque eso nos impide vivir el momento presente.

¿Cuáles son, según su experiencia, las emociones que más daño hacen físicamente?

-Hay dos emociones primarias: el miedo y la culpa. El miedo es una emoción imaginaria que nos vincula con el futuro. Nos hace ver que en el futuro vamos a tener más cosas malas que buenas, más pérdidas que beneficios, más dolor que placer. La culpa es la suposición de que nos hemos causado a nosotros o a otros más pérdidas que ganancias, más dolor que placer. Estas suposiciones, imaginarias, tienden a exacerbar o disminuir la actividad de nuestro cuerpo, hiperactividad o hipoactividad, euforia o depresión, en definitiva.

Por ejemplo, todos sentimos temor ante una pérdida pero si nos diéramos cuenta de que no es tal sino una transformación –tal como sucede con la energía y la materia que se conservan en el tiempo y el espacio- tendríamos una nueva perspectiva. Un maestro, una persona sabia, busca la nueva forma en que aparecen las cosas y no siente miedo porque sabe que es fruto de un proceso de transformación y aprecia los beneficios de lo que aparenta ser un dolor, acepta el cambio como parte de la vida. Lo mismo pasa con la culpa. Muchas veces pensamos que hemos hecho daño a alguien y en realidad le hemos hecho un servicio. A veces creemos que hemos sido duros o crueles con una persona pero vemos que eso le ha servido para hacerse más independiente, que se ha fortalecido. Mientras estamos aprisionados por esas emociones –miedo y culpa- nuestro cuerpo pierde salud porque no estamos en orden. Y la pérdida de salud conlleva en sí misma una circunstancia de humildad.

En todas mis investigaciones sobre cuerpo y mente veo que la enfermedad es un mecanismo que intenta enseñar a la persona a buscar el amor y, cuando lo encuentra, el cuerpo se cura.

¿Piensa usted que es necesario primero sanar las emociones para centrarnos después en el cuerpo físico?

-Depende de la agudeza y la urgencia de la enfermedad. Si alguien ha tenido un accidente y necesita puntos de sutura no se me ocurriría llevarle al psicólogo pero, una vez que los puntos y la gravedad están controlados, yo empezaría a trabajar en las razones que llevaron a esa persona a tener un accidente, en buscar los “por qué”. Mi experiencia me ha hecho darme cuenta de que detrás de cualquier percance siempre hay una lección que necesitamos aprender. Tenemos que darnos cuenta de que hay unas causas y esas producen unos efectos. Esto es muy importante porque sólo así dejaremos de sentirnos víctimas de las circunstancias. A veces es difícil encontrar la relación entre nuestros pensamientos y los resultados que cosechamos, pero ¡créame!: siempre la hay. Aprender eso nos lleva a curarnos más rápidamente. A veces uno se provoca accidentes para obtener atención o para sondear cosas ocultas en su vida. Yo estoy convencido de que la enfermedad siempre nos presta un servicio, que es una forma de despertar nuestro corazón, de activar nuestro amor. Los juicios internos crean heridas por fuera, no lo olvidemos.

Usted habla de lo importante que es para la persona descubrir el propósito de su vida, saber para qué está aquí. ¿Cómo puede hacerse eso?

-En mi programa de descubrimiento dedicamos buena parte del tiempo a ello. Hay varias cosas que ayudan a una persona a descubrir su propósito, su misión en la vida.

Un primer paso es anotar las cosas que le gustaría hacer, ser y tener en los ámbitos espiritual, mental, profesional, financiero, social, familiar y físico. Una vez confeccionada esa larga lista hay que resumirla y sintetizarla en dos o tres párrafos. Hay que leerlos cada día y después hacer una nueva síntesis hasta que queda una sola frase. A lo largo del tiempo uno obtiene la claridad sobre lo que es realmente importante para él.

El segundo paso es observar y analizar un día de su vida: ¿cómo transcurre?, ¿cuáles son los valores que imperan? En esa escala el valor colocado en el lugar más alto será el objetivo principal de la vida.

El paso tres es mirar hacia atrás retrospectivamente -como si viera una película- y recordar las ocasiones en que asomaron lágrimas a sus ojos, lágrimas de inspiración, de amor o gratitud. Tomar nota de esos momentos y ver qué pasaba, en qué pensaba, cómo se sentía. Bucear en los recuerdos para anotar la letra de la música que le emociona, las palabras de un libro que han resonado en su interior, etc. Hacer una compilación de todo eso para darse cuenta de que la vida está marcada por esos instantes significativos que son los momentos de inspiración, de conexión con la parte más profunda del ser.

Por último, también puede imaginar que tiene una varita mágica con el poder de cambiar cualquier cosa que ud. desee y preguntarse: ¿a qué dedicaría mi vida?

Analizar todo eso y concluir que el propósito es ilimitado es la directriz, la columna vertebral que va a sostener nuestra vida; es un servicio que nos satisface realizar, que nos sentimos bien haciéndolo. Un objetivo, en cambio, es algo limitado en el tiempo y el espacio, es aquello que nos ayuda a ir cumpliendo el propósito. La misión es algo que surge del interior, del alma, y que resuena en el corazón.

¿Tenemos límites?

-Claro que tenemos límites. Por ejemplo, estamos regidos por la ley de la gravedad y de la Física. Si saltamos desde lo alto de un edificio de veinte plantas nuestro cuerpo quedará destrozado. Tenemos indudables limitaciones físicas. Sin embargo, los límites de la mente -siempre que sean realizables por medio del cuerpo- son muy pocos. Si alguien muy bajito dice que quiere ser jugador de baloncesto tiene un hándicap: su escasa estatura. Y tendrá que enfrentarse a esa limitación para realizar su objetivo.

Pero cuando hablamos de mente e imaginación no hay límites. La mente está en un estado inmortal e ilimitado y, si está inspirada, puede ver e imaginar los rincones más lejanos del cielo y del mundo subatómico, puede llegar a la infinidad en ambas direcciones, el microuniverso y el macrouniverso. No obstante, cuando actúa a través del cuerpo tiene los límites del cuerpo y hay que ser realista con ellos. Ahora bien, los avances tecnológicos nos permiten hoy cosas que hace unos años eran impensables: cambiar la genética, insertar nuevos órganos… y conforme evolucione la tecnología veremos que los límites se irán difuminando cada vez más. Quizás dentro de 10.000 años cosas que hoy pensamos que son imposibles sean normales. Hace 100 años no podíamos volar, hoy hemos llegado a la luna, y algún día llegaremos más allá del Sistema Solar y viajaremos por la galaxia a la velocidad de la luz, quizás en una onda de luz en forma de conciencia. Cada generación tiene que darse cuenta de sus límites y trabajar sobre ellos. Por ejemplo, la prosa y la poesía necesitan puntuaciones, puntos, comas… es decir, límites; de lo contrario son letras, palabras sueltas sin sentido. Asimismo, nuestra vida tiene sentido si le fijamos límites realistas.

Se habla mucho del perdón como herramienta de curación. ¿Lo utiliza en sus terapias y seminarios?

-En mi libro tengo un capítulo que dice que el perdón es una ilusión porque las cosas por las que pedimos perdón tendemos a repetirlas una y otra vez; las cosas por las que perdonamos a los demás tendemos a atraerlas una y otra vez. Hay un paso más allá del perdón, de decir que me has hecho daño, que has cometido un error… Creo que la verdad de la vida trasciende al perdón.

En el “Proceso de colapso cuántico” encuentro personas que sienten rabia contra su padre, su cónyuge, alguien del trabajo o, incluso, contra sí mismos o contra la enfermedad que padecen. Y siempre piensan que alguien les hizo daño o les trató mal. Cuando concluyen el proceso de colapso les pregunto: ¿Hay algo que perdonar? Se les escapa una lágrima y me dicen: No. Y continúo: Era una ilusión, ¿verdad? ¿Había un orden y una magnificencia en todo lo que ocurrió, después de todo…?, ¿Lo entiendes ahora? Pues ahora puedes amarlo, sentirte presente y seguro respecto a eso.

Cuando se llega a ese punto de comprensión el perdón no tiene sentido, es un paso más hacia el amor; luego, cuando llegamos al amor incondicional y verdadero, uno se da cuenta de que no hubo nada reprochable. Tengo experiencias de estas cada semana. La gente empieza con juicios, realizan una acción de perdón, llegan al amor y todo se disuelve. Escribí en mi libro un capítulo que se llama “Más allá de la culpa” y otro que se llama “Más allá del perdón” porque sé que hay una enseñanza más elevada que viene después y es la que yo quiero comunicar. La gente merece saber que no importa lo que haya o no haya hecho: siempre es digna de amor.

¿En qué consiste la felicidad?

-En vez de usar el término felicidad, que viene contrapesado por la tristeza, yo utilizo la palabra realización, plenitud. La semi-plenitud está tanto en la tristeza como en la felicidad y la plenitud total está en el centro. En la vida hay momentos de felicidad y de tristeza, nadie puede negar eso. Yo no ayudo a buscar la felicidad. No es ese mi objetivo sino la plenitud, la realización en el amor. Si uno se fija objetivos no realistas se sentirá triste por no alcanzarlos. Pero esa tristeza le permite también modificar sus objetivos para sentirse realizado. Por tanto, la plenitud es abarcar, abrazar tanto la tristeza como la felicidad, los dos polos del imán. En una relación de amor hay momentos en que uno está feliz y otros en los que está triste y hay que aceptar ambos; de lo contrario, pensaremos que esa relación no sirve porque estaremos comparándola con los mitos que nos creamos sobre cómo debería ser el ideal. Sin embargo, esa relación sirve; aun cuando uno esté triste, sirve, sigue habiendo amor. He hablado con cientos de personas divorciadas y, aunque por fuera tenían rabia dentro de su corazón, seguían amando a la otra persona porque el amor es eterno. Tenemos que aprender que la felicidad y la tristeza son emociones transitorias, momentáneas, pero el amor y la realización son permanentes. La plenitud es la aceptación de las dos polaridades. Hablar de felicidad se presta a confusión. Por eso hablo de la realización de la plenitud, de la vida actualizada.

Hábleme del amor incondicional.

-Cuando nació mi hijo yo le cogí en mis brazos y me brotaron lágrimas al ver aquel hermoso bebé recién nacido. Le amé sin temor, desde el corazón, en una expresión espiritual de amor. Eso es para mí el amor incondicional. Todos los padres, durante toda su vida, sentirán ese amor incondicional por sus hijos. Pero el padre asume “máscaras” de estar contento, triste, me gusta, no me gusta mi hijo, ha hecho esto bien, ha hecho esto mal. Esas “máscaras” cubren, tapan el amor incondicional de su corazón, pero a lo largo de toda su vida el padre sigue amando incondicionalmente a su hijo. El hijo también ama al padre profundamente, de la misma forma, aunque le rechace, le critique o se pelee con él. El amor incondicional seguirá estando ahí. Todos los padres esperan a que llegue el día en que su hijo le mire a los ojos y le diga: “Mamá (o papá) te quiero, te amo: eres mi madre (o mi padre). Gracias por todo lo que me diste.” Y cada día un hijo espera que su padre o madre le diga: “Hijo/a, te amo y estoy orgulloso/a de ti.”

Cuando yo tenía 17 años mi madre me dijo: “Tanto si te conviertes en un maestro espiritual, como pretendes, como si vuelves a la playa a hacer surf te vamos a querer de todas formas.”

Eso es amor incondicional y es la esencia mágica y curativa que todos merecemos recibir. Esa es la gran curación, el gran descubrimiento. Y lo tenemos en nuestros corazones esperando que lo dejemos salir. El Proceso de colapso cuántico quita las máscaras y permite descubrir el amor incondicional. Por eso brotan lágrimas de emoción. Ese es nuestro estado natural, lejos de los juicios: dejar que aflore el amor incondicional que late en nuestro interior.

María Pinar Merino

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