Un buen día, me desperté.

Estaba preparando las cosas para un viaje en familia por Italia, cuando recordé sin poder evitarlo el dolor de espalda que llevaba conmigo unos dos años. Era de esos dolores recurrentes, que llevan contigo mucho tiempo, y que no sabes qué hacer ya para evitarlos.

Recordé que llevaba ya varios meses de probar de todo, cuidar la alimentación, masajes fuertes, masajes suaves, fisioterapia, masaje tailandés, hacer ejercicio con suavidad, dormir bien, analgésicos… Nada. Ahí seguía yo, con la zona dorsal más tensa que un cable de acero del puente de San Francisco.

Es curioso, porque a veces encontraba que tenía una explicación para ello: “Será que he dormido mal, será que ayer me forcé demasiado en el gimnasio, será que he cogido frío en la zona, será el estrés, será que…, será que…, será que…”. Pero curiosamente, no había nada que cambiara en mi vida que me devolviera la salud en esa zona.

Por supuesto, había días que me dolía menos, que casi ni lo notaba. De hecho, había aprendido a convivir con ello. Tenía una cosa buena, y es que me ayudaba a darme tiempo para dormir bien y descansar… Porque cada vez que no lo hacía, ¡no imaginas qué dolor!

Bueno, volviendo a mi historia, aquel día volví a recordar dolorosamente que no había conseguido solucionar el “problema”, y decidí hacer algo diferente.

Habían pasado dos años desde que mis padres se separaron, y recuerdo que yo todavía no estaba del todo a gusto con mi padre, pues sentía que no le aceptaba tal y como era. Sin embargo, también veía que él estaba haciendo un proceso de cambio interior, y me gustaba ver que de vez en cuando se ofrecía para ayudarnos a mí y a mis hermanas, ya fuera con un masaje, o con alguna de las terapias que estaba aprendiendo en su nuevo camino.

Desde pequeño había aprendido a no pedir nada a mi padre, por diversas creencias y miedos, pero por aquella época él llevaba muchos meses ofreciéndose, y yo tenía la espalda fatal, así que decidí pedirle un masaje, después de tantos que le había dado a él y a toda mi familia desde pequeño, y por una vez, y aún con dificultad, me dejé recibir.

Ese día quedé con él en su nueva casa, y le pregunté si me podía ayudar con mi espalda. Hablamos un rato del viaje a Italia que iba a hacer con mis hermanas a los pocos días, y finalmente se puso a darme un masaje en la espalda, que recuerdo que estaba tensa y dolorida.

Mientras estaba ahí sentado en su salón, me puse a leer un libro que tenía mi padre cerca, no recuerdo si me lo dio o lo cogí yo por mi cuenta. Se llamaba “Obedece a tu cuerpo”, de Lise Bourbeau, una autora canadiense.

Se trataba de una especie de diccionario con el significado de varias dolencias y enfermedades, y venía el dolor de espalda, así que lo busqué, y me puse a leer el texto.

Para que entiendas cuál era mi estado mental en ese momento con respecto a los libros de autoayuda, te diré que nunca había creído en ellos. Yo me consideraba una persona racional y científica, al fin y al cabo, había estudiado ingeniería de Telecomunicaciones, y creía que lo sabía todo sobre la vida, como buen joven arrogante.

Muchas cosas han sucedido desde aquel momento, y he podido comprender mucho más sobre la vida de lo que nunca hubiera imaginado entonces, y mi perspectiva es diferente, pero aquel día, por alguna razón que todavía no entiendo bien del todo y a pesar de mis resistencias, me permití abrir ese libro y leer sus palabras con el corazón abierto.

Y entonces, algo cambió.

En un pequeño párrafo, ni siquiera un par de hojas de un libro, pude leer una descripción exacta de mi personalidad en varias áreas de mi vida.

Sentí una llamada a algo nuevo, a una nueva forma de ver el mundo, donde aparecían nuevas respuestas, acompañadas de nuevas preguntas. Pero sobre todo, me movió lo suficiente para pensar: “¿Puede ser ésta la respuesta que llevo buscando desde hace meses y años? ¿Es posible que mi dolor de espalda pueda estar diciéndome exactamente cómo soy y cómo quiero ser con las personas que aprecio en mi vida?”.

Cuando terminó mi padre con el masaje, recuerdo que me preguntó si quería llevarme el libro a mi viaje por Italia, y después de pensarlo un poco (todavía tenía grandes dudas hacia “lo nuevo” luchando en mi cabeza), acepté llevarme el libro, para devolvérselo a la vuelta.

El viaje fue una experiencia memorable. Disfruté enormemente con los paisajes, con las visitas, con la gente, con la compañía de mis hermanas.

Y cada día, leía varias veces, no sólo la descripción del significado de mi dolor de espalda, sino de otros muchos síntomas sobre los que tenía curiosidad, o que había sufrido con anterioridad en mi vida. Y me enganché.

De repente se abrió ante mí un mundo nuevo de respuestas, que iban encajando a la perfección con mi experiencia de la vida, que no eran arbitrarias, aunque a veces podían parecerlo, sino que se podían aplicar a mis casos reales de dolores y enfermedades, para descubrir la causa profunda.

Pero, a pesar de que encontraba respuestas y causas para mi dolor, todavía no sabía cómo solucionarlo. Me preguntaba: “¿Y ahora qué puedo hacer? ¿Cómo cambio mi forma de pensar para que desaparezca el dolor?”.

Es curioso, pero con los años he ido descubriendo que cuando aprendes a hacerte las preguntas adecuadas, las respuestas llegan a ti en el momento oportuno, y aquel viaje fue una gran fuente de respuestas.

Recuerdo el día más emocionante. Estábamos cerca del final del viaje, en Venecia, en una mañana soleada que dejaba los canales y las antiguas casas y calles llenas de colorido y movimiento.

Yo llevaba varios días leyendo el significado del dolor de espalda, y había encontrado algunas respuestas, pero algo me faltaba, no encontraba de verdad el origen profundo de mi dolor, aunque sabía lo que significaba, y encajaba totalmente con mi vida y mi forma de ser.

Volví a leerlo nuevamente en el hotel. Pensé: “¿De dónde puede venir este dolor que tengo desde hace dos años? ¿Será de esto? ¿Será de esto otro?”. Y así una y otra vez. Recordando eventos, fechas, relaciones, buscando la posible causa en la que decidí algo que cambió mi habitual estado de salud perfecta a una carga permanente en la espalda.

Y entonces, lo descubrí.

Me di cuenta con increíble claridad de que la mayor parte de mi dolor provenía, precisamente, de un evento que había sucedido dos años atrás. Fue una relación muy intensa con una mujer, de la que salí con mucho dolor después de haber experimentado sentimientos muy profundos, pero también muy intensos en todos los sentidos, para bien y para mal, y de la que aprendí a cerrar mi corazón de muchas formas diferentes, y que me hizo crecer y madurar como nunca, en poco tiempo y de repente.

Sabiendo lo que significaba mi dolor de espalda (que está relacionado, entre otras cosas, con responsabilizarse de la felicidad de los demás), descubrí que muchas de las situaciones que viví en esa relación, tanto con ella como con mi familia, me habían hecho tomar varias decisiones, para evitar el dolor emocional.

Descubrí que llevaba dos años con miedo a dar algo de mí a los demás, porque sentía que me había traicionado a mí mismo, y que ese miedo me estaba impidiendo avanzar en mi vida en muchos sentidos. Pude revisar todas y cada una de las decisiones que tomé entonces, comprendiendo profundamente las creencias y la parte de mi visión del mundo que estaban manifestándose en el presente como un fuerte dolor de espalda, y en ese momento decidí cambiar todo lo que sabía que ya no era parte de mí.

Y me liberé.

En ese preciso instante, sentí como si una ola de energía recorriera mi cuerpo, como si algo estuviera colocándose en mi interior, algo así como una sensación eléctrica pero agradable, que me llenó de plenitud y amor, y me puso en contacto por primera vez con una inteligencia más grande que mi mente, con la cual tendría intensas experiencias mucho más adelante.

Esa misma tarde salimos a pasear por los canales de Venecia y por sus calles, y pude sentir la paz interior de saber que me había liberado de una gran carga cuando noté que no me dolía nada la espalda, después de dos años largos de búsqueda, en los que había estado fijándome sólo en lo exterior. Y descubrí que tal vez la búsqueda interior era un camino nuevo que merecía la pena explorar, y que seguramente me llevaría a nuevas respuestas que necesitaba encontrar en ese momento.

Eso sería el principio de un gran viaje, el viaje al reencuentro con mi Ser.

Como podrás imaginar, cuando volví del viaje a Italia, las cosas no fueron tan sencillas como creí al principio.

No desapareció mi dolor como por arte de magia, sino que al regresar, por varias razones, reapareció. No era tan intenso, pero seguía ahí, y me llevó a seguir buscando dentro de mí más y más, y profundizando en ese mundo durante semanas. Hasta que después de dos meses de revisar mi vida, mi presente, y cómo pensaba y sentía, conseguí que el dolor desapareciera definitivamente (sí, sí, incluso sin estar de vacaciones).

No fue la única experiencia que tuve de sanación a través del cambio de creencias. Durante varios meses seguí experimentando con ese libro y con muchos otros que fueron llegando a mi vida, tratando de analizar con mi mente crítica sus respuestas, y probando metódicamente si producían cambios reales en mi vida, en varios tipos de síntomas que se fueron presentando. Eso me llevó a crear poco a poco una metodología que hoy en día utilizo frecuentemente conmigo y otras personas, y me permitió conocerme más y conectar poco a poco con mi Ser interior, esa parte de mí que es sabia, y que me devuelve con sus mensajes a mi verdadero camino.

Aquel primer indicio de apertura, aquella decisión que tomé de abrirme a nuevas ideas en ese momento, marcó una gran diferencia en mi vida.

Después de ese viaje, me sucedieron muchas más cosas, tantas, que me faltaría espacio para contarlas aquí, pero que me llevarían a recorrer un camino de desarrollo personal que nunca hubiera imaginado. Me conducirían al coaching, a crear mi propia empresa, a descubrir muchos dones ocultos, tanto en mí como en muchas otras personas que han ido apareciendo en mi vida en los últimos años, y a conectar con mi propia espiritualidad, largo tiempo olvidada.

Sigo buscando respuestas. Creo que la belleza de la vida está en maravillarse de lo que vamos descubriendo, y seguir teniendo sed de más.

Cada día encuentro nuevos mensajes de la vida, nuevas respuestas, y me fascina ver cómo me llevan, cómo no, a nuevas preguntas, pero siempre y desde entonces conservo una sensación de claridad y serenidad que me acompaña allá donde voy, en este camino de crecimiento que es la vida. Y así, y con las dudas que siguen surgiendo según voy avanzando, sigo caminando.

Pasé muchos años de aprendizaje, de experiencias, de emociones, de dolor, de alegría, de frustración, de lucha, de confusión…

Y un buen día, me desperté.

 

 

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